Hay quienes dicen que a los triunfos no se les miran las manchas. Sin embargo, es casi imposible para los cubanos dejar de hacer lecturas críticas después de cada partido de béisbol; por eso, la victoria ante Brasil 5-2 en el III Clásico Mundial debe mirarse sin autocomplacencias.
Fue un éxito ansiado y disfrutado, que por un lado confirmó el favoritismo de los antillanos, pero por otro enseñó varias fisuras, casi inadmisibles para este nivel de competencia. Fisuras desde el puente de mando de Víctor Mesa y también desde el accionar de los propios jugadores.
El primer desacierto sobrevino en la segunda entrada cuando José Miguel Fernández no hizo pisa y corre desde segunda con un fly de Eriel Sánchez a la pradera central. Si lo hubiera realizado, tal vez Cuba hubiese anotado su primera carrera en ese episodio porque después sobrevino un lanzamiento salvaje sobre el plato. Se suponía que los brasileños estaban super estudiados y que se conocía la baja potencia en el brazo de sus jardineros.
Otro aspecto que nadie entendió fue la orden de sacrificio enviada, a toda costa, al receptor cubano en el cuarto capítulo, cuando el desafío marchaba empatado a cero. Lo peor –a mi entender- estuvo en mantenerle la seña aun con dos strikes porque se obvio que en esa cuenta ni a los habilidosos se les debe mandar a tocar. El resultado para alguien que nunca realiza esta jugada con su equipo en series nacionales era esperado: el ponche.
Pero quizá el mayor dislate táctico de la dirección sobrevino en el quinto rollo, cuando con el cotejo 2-0 a favor de los cubanos se insistió dos veces con el toque con Alfredo Despaigne para llevar los dos corredores a posiciones anotadoras; afortunadamente después se cambió la seña –hubiera sido el colmo mantenerla- y el sexto en el line up de los cubanos terminó siendo rozado por un lanzamiento, algo que ayudó mucho para el decisivo racimo de tres carreras en esa entrada.
Por otro lado, no sorprendieron las lagunas defensivas del enmascarado cubano Eriel Sánchez, quien cometió un costoso passed ball aunque, para hacer justicia, debe reconocérsele su excelente tiro a la intermedia en el segundo acto con el impidió el robo del “brasileño” nacido en Cuba Juan Carlos Muñiz y así liquidó el inning.
En cuanto a la defensa, la marfilada de José Dariel Abreu –en el mismo episodio del “pasboleo”, el sexto- debe colocar un bombillo rojo pues aunque el error está en el juego de pelota este pareció causado por exceso de confianza o falta de concentración. A la postre estas acciones negativas a la defensa fueron las que le abrieron el home dos veces a los discípulos del estadounidense Barry Larkin.
Un punto discutible sigue siendo la utilización a ultranza del ahora capitán Yulieski Gourriell como tercero en la alineación. Muchos dicen que cuando se gana no se cambia el orden al bate, pero Víctor Mesa siempre ha ido contra ese precepto, menos con el caso del Yuli, quien esta vez dejó cinco corredores en base y lució desconcertado en el cajón de bateo.
Nerviosismo aparte de casi todo el plantel, no todo fue negativo sobre el bello estadio de Fukuoka. Hay que aplaudir la labor monticular del abridor Ismel Jiménez y algo que con regularidad no hacen los directores técnicos cubanos: todos los jugadores de posición tuvieron participación en la victoria.
Además, se le dio la bola, para cerrar a un novato en el equipo, Raciel Iglesias, quien demostró que su inclusión en la selección nacional está más que justificada. Por lo demás, me impresionó la manera desinhibida con que jugó Erisbel Arruebarruena, como si ese el techo del majestuoso estadio japonés le quedara pequeño. Ojalá así se muestren todos los demás en futuras presentaciones. Cuba lo necesita.
totalmente de acuerdo ,desde 1996 en el primer clasico yulieski no hace nada internacionalmente es practicamente regalar un out deben bajarlo al 6to o 7mo bate y quitarle responsabilidad o sentarlo y subir a despaine a 3ro